La dermatitis atópica es muy frecuente en la infancia, con un pico de prevalencia de un 15-20% en la niñez temprana. Existen numerosas alternativas terapéuticas para tratarla en función del grado de afectación de cada paciente. La Dra. Natividad López Ibáñez, miembro del equipo de Dermatología de Grupo IHP, explica algunas claves básicas sobre esta enfermedad, uno de los motivos de consulta más frecuentes en Pediatría y Dermatología, bien por su debut, por lo general en lactantes mayores de 3 años, bien por presentar brotes resistentes al tratamiento habitual.
La dermatitis atópica es una enfermedad inflamatoria de la piel. Se trata de un trastorno crónico y que tiende a reaparecer después de un período de curación, cuyas características principales son el picor y la presencia de una dermatitis eczematosa, cuya morfología y patrones varían en función de la edad.
Si no se controla pueden aparecer brotes, especialmente en pacientes con una importante susceptibilidad genética, sobre la que intervienen los factores desencadenantes que comentábamos en la pregunta anterior.
La prevención de nuevos brotes es el aspecto fundamental a tener en cuenta en los pacientes afectos de dermatitis atópica, ya que, si el tratamiento de mantenimiento se realiza adecuadamente, el número e intensidad de los brotes disminuye.
El tratamiento de mantenimiento, que debe realizarse diariamente para obtener beneficios, es necesario ser muy constante. También es importante transmitir la idea de que no sólo existen tratamientos tópicos.
En el caso de pacientes con brotes refractarios a pesar de un adecuado tratamiento de mantenimiento, existen otras alternativas terapéuticas (ciclosporina, metotrexato, mofetil micofenolato, entre otras) que han demostrado su eficacia y seguridad al utilizarlas en niños. No obstante, lo más recomendable es insistir en la importancia del tratamiento de mantenimiento, ya que se obtienen resultados satisfactorios al realizarlo adecuadamente en un gran grupo de pacientes.
Uno de los pilares es automatizar normas de vida de las actividades que se realizan diariamente. Entre ellas, que las duchas sean cortas (no deben superar los cinco minutos), e idealmente se deberá emplear agua tibia, evitar la utilización de esponjas o manoplas y la fricción al secarse y utilizar ropa de algodón 100%.
Posteriormente, la base del tratamiento de mantenimiento es la aplicación diaria de emolientes, para favorecer la hidratación de la piel y reforzar la función barrera de la misma, que suele ser defectuosa en pacientes con dermatitis atópica. La hidratación debe llevarse a cabo al salir de la ducha, y conviene recordar que no se debe aplicar sobre las zonas de eczema, ya que puede producir irritación y aumento de la sensación de picor. La utilización de humidificadores ambientales puede ser una herramienta útil en ocasiones si está activada la calefacción.
En esos casos será necesario utilizar corticoides tópicos y/o orales, en función de la intensidad y extensión de la afectación, siendo necesario en ocasiones utilizar antibióticos orales para prevenir la sobreinfección bacteriana de las lesiones.
Se ha demostrado que el tratamiento proactivo (2-3 veces en semana independientemente de la existencia de lesiones, aplicándose en las zonas donde habitualmente aparecen los eczemas, como las fosas antecubitales o los huecos poplíteos) con corticoides y/o inmunomoduladores tópicos (tacrolimus y pimecrolimus) disminuye el número e intensidad de brotes de dermatitis atópica, por lo que, en base a la valoración individualizada de cada paciente, se recomienda realizarlo conjuntamente con el tratamiento de mantenimiento (en ocasiones se emplean únicamente corticoides tópicos 2-3 veces en semana y otras veces se utilizan corticoides tópicos 2 días a la semana e inmunomoduladores tópicos otros 2 días de la misma semana, alternándolos).
Los brotes de dermatitis atópica son más frecuentes en otoño e invierno, especialmente entre octubre y febrero, y la dermatitis atópica en sí es más prevalente en climas secos y fríos. Las bajas temperaturas reducen la hidratación de la piel y disminuyen la producción de sebo.
Además, la exposición a sistemas de calefacción durante horas hace que el ambiente sea más seco, lo cual limita a su vez la hidratación de la piel. Sumado a estos factores, al parecer, a temperaturas ambientales bajas se percibe más el picor, lo que puede provocar un aumento del rascado sobre zonas en las que previamente existían eczemas, haciendo que éstos empeoren.
Sí, leve, moderado y grave. Lo medimos principalmente en base a la escala EASI (Eczema Area and Severity Index) y el SCORAD19 (Severity Scoring for Atopic Dermatitis).
Para finalizar, cabe recordar que es esencial realizar una valoración pormenorizada de cada caso, para adoptar las medidas más adecuadas en función de la gravedad, extensión de la enfermedad, afectación de la calidad de vida del niño y de los familiares…y tomar una decisión individualizada para cada paciente.