Podemos decir que los niños en la actualidad se encuentran sobreestimulados de actividades e información y también, sobrecargados de objetos, regalos, comida, ropa… Además, tienen demasiadas tareas programadas, tiempos a contrareloj y deben aprender muchos contenidos académicos y de forma rápida. En cambio, tienen poco tiempo para jugar, para estar con los padres en casa, contarse cosas, pasear, incluso no hacer nada e improvisar.
Los padres actuales se encuentran muy ocupados en general con el trabajo, las relaciones sociales, el deporte, el uso del teléfono, el ordenador, la casa… Padres y niños tienen la atención puesta en demasiadas cosas a la vez. Esto supone una menor disponibilidad emocional para los hijos y por ello, que estos puedan sentirse más solos y no siempre dispongan del apoyo suficiente en las figuras que les sostienen y de las que depende para su crecimiento.
Por otra parte, y quizá como consecuencia de la escasez de tiempo para estar con los hijos de una manera más intensa y pausada, encontramos que con frecuencia los padres tienden a satisfacer repetidamente a los niños y darles todo lo que pueden materialmente, como si eso fuera lo más importante y necesario para ellos.
Nos olvidamos que una de las funciones básicas de los padres es educar, enseñar lo que se puede y lo que no, ayudarles a que aprendan a esperar, a contenerse, que no todo se puede tener, no todo se puede hacer, que existe el error, el conflicto y así aprendemos y mejoramos, que desear y conseguir no siempre van juntos, que no podemos ni debemos darles todo…